Envuelta en el perfume de la noche
una silueta se dibuja en la penumbra
de un amplio ventanal.
Él, la contempla en silencio
y graba en sus retinas el momento
temiendo romper el encanto con su curiosidad;
camina despacio, la toma con miedo
llenándola de besos con infinita ansiedad.
Y dos almas se unieron en un velo de romance,
sin promesas, sin reproches hasta la eternidad.
Sus cuerpos entrelazados volaron imaginariamente
vibrando con la música de mágicos violines;
era el temor mezclado de pasión,
el pecado vestido de amor,
un pasado y un presente
robándole a la vida la dicha inexistente;
dolor y desconcierto pintado de agonía,
era el deseo que corona la experiencia
del que bebe la esencia no sólo por soñar.
Y la inocencia se pierde en la nada,
sangra, llora, gime y vive
el magistral encuentro con lo nuevo
allá en la inmensidad.
Luego, se expande la vivencia
y marca el sentimiento la herida
que deja la lucha por vivir.
Es la realidad que vuelve,
fría como la nieve; tempestuosa como el viento
aplacando el fuego del amor con su serenidad;
pero no muere, tan sólo se detiene
en la cortina del tiempo para perpetuarse
en un solo espíritu,
para volverse historia, música poesía
y hacer del corazón de dos colosos un solo palpitar.